Pues aquí sobra gente (sobre economías y virus)

Normalmente, los manuales de economía definen su propia ciencia como el estudio de los medios más efectivos para satisfacer las necesidades humanas, o para distribuir de manera adecuada los recursos, o para crear riqueza común, o algo por el estilo. Pero lo cierto es que las cuestiones económicas contemporáneas parecen centrarse más bien en qué hacer con la gente; sobre todo si esa gente no deja que el modelo económico, ideal y teórico, funcione como debería. Lo cual, en un mundo lleno de Estados y ciudadanos, constituye un problema muy serio.

Para ejemplificarlo, supongamos que las empresas pierden dinero año tras año porque se cierne sobre el país una época de crisis generalizada. Para quienes creen que los empresarios generan riqueza, la solución resultaría muy sencilla: ¡que generen más! Pero los empresarios, que no son idiotas y entienden que la generación de riqueza depende de muchos factores, deben tomar una decisión drástica: rebajar salarios, abaratar materiales, despedir a varios empleados… pongamos que se inclinan exitosamente por lo último. Así, aunque les duela echar a la calle a sus asalariados, salvan los negocios, que vuelven a ser rentables y sostenibles. La economía funciona, porque las empresas no han quebrado.

Empresa
«¡Los que no os riáis de manera aduladora estáis despedidos!»

Esos asalariados, no obstante, siguen existiendo tras el despido. Varios de ellos, a causa de su nula previsión, pensaban que tendrían trabajo para siempre y andan enfangados en una hipoteca. Al principio pueden pagarle al banco las mensualidades porque gracias al subsidio del paro –del cual hablaremos más adelante– tienen aún algún ingreso. Pero, al poco, les resulta imposible. El banco, que quiere cobrar su dinero, se ve obligado a forzar un desahucio, pues esas personas impiden que el sistema de cobros y deuda funcione como debería funcionar: si no pagas tu hipoteca, te vas a la calle. Eso no se puede discutir. De modo que esas personas abandonan su casa y, si les asiste la suerte, encontrarán cobijo en la casa de algún familiar. La economía funciona, porque el banco se ha hecho con la casa.

Entre esos familiares, pongamos, habrá abuelos pensionistas. Esto de las pensiones también supone un quebradero de cabeza porque, si mucha gente las cobra y los ingresos públicos son bajos, el erario público no dispone de medios suficientes. Subir los impuestos no es posible, nos dicen los economistas: si se los subes a las grandes empresas, ya se las apañarán para hacer ingeniería fiscal o para largarse a otro sitio; si se los subes a las pequeñas, como la de hace dos párrafos, las ahogas a gastos y se verán obligadas a despedir a más gente. Si se los subes a las familias, se detendrá el consumo. Pero algo debe hacerse con los jubilados y las pensiones, de modo que una opción muy razonable consiste en mantener a la gente trabajando el mayor tiempo posible: en vez de jubilarte a los 65, te jubilarás a los 70. La economía funciona, porque reduces el número de nuevas pensiones.

Esta solución sería estupenda a largo plazo si el trabajo abundara como el polen en marzo, pero ¿qué sucede si lo que abunda es el paro juvenil? Entonces habrá más gente buscando empleo para las mismas ofertas laborales, lo que aumentará la cantidad de personas que no puedan trabajar (recuérdese que estamos en época de crisis: el empleo escasea), carezcan de salario y dependan de otros familiares, o de las ayudas sociales, para salir adelante. Alguien podría entonces darse cuenta de que hay una correlación entre el empleo, el sueldo y la titulación académica. Muchos de los parados se lanzarán a estudiar alguna carrera. La economía aguantará, porque los parados invierten en su futuro.

Pero entonces resultará que, si nos descuidamos, acabarán sobrando licenciados (un tópico que analicé a fondo aquí). Cierto que algunas carreras tendrán más demanda que otras, pero eso no solo es cambiante (e impredecible), sino que también están sujetas a la oferta y la demanda: el número de ingenieros que necesita una nación es limitado. Si todo el mundo estudiase una ingeniería, la mitad de sus titulados acabaría engrosando las listas del paro. Y así la economía no funcionaría.

Tal vez parezca sensato entonces invertir la pirámide poblacional; si nuestro país tiene baja natalidad, traer más hijos -o inmigrantes– al mundo ayudará a que las pensiones sean sostenibles en el futuro; pero eso no garantiza nada en el presente, salvo más bocas que alimentar. Y si el empleo no aumenta, de nada nos servirá triplicar la población. Se produciría, incluso, el efecto contrario. Y así la economía no funciona.

Tener a gente parada, sin apenas dinero, y malviviendo, en el mejor de los casos, de las ayudas que los familiares le proporcionan, le quita toda la dignidad a un país, y aumenta la desigualdad y lo aboca a futuros problemas de delincuencia y de disturbios. Y aquí me gustaría traer a colación una frase de G.B. Shaw: “En el presente, damos un subsidio de desempleo a los que no tienen trabajo, no por amor, sino porque si les dejáramos ayunar se pondrían a romper nuestros cristales y terminarían saqueando las tiendas y quemando nuestras casas”.

La cuestión, por lo tanto, estriba en qué hacer con la gente que necesita ayudas para subsistir, en ese tiempo de crisis. Algunos seguramente afirmarían que el país, en realidad, posee medios suficientes para pensiones y subsidios; solo que hay una pésima distribución de los dineros públicos, a causa de mamandurrias y de carguitos. También un exceso de funcionariado, que además acumula privilegios intocables y sueldos demasiado altos. Y así la economía no puede funcionar.

El problema, de nuevo, es que la supresión de carguitos y mamandurrias –con la cual estamos todos de acuerdo, pues nos disgusta la caradura tanto como los gastos superfluos e inútiles– mandaría al paro a muchísima gente; y más todavía cuantos más carguitos y mamandurrias hubiese que fulminar. Todos los despedidos pasarían a engrosar las listas de gente necesitada de ayuda, por lo que a largo plazo no solucionaría nada si no hubiera un aumento en el empleo privado que pudiera absorberlos. Habríamos mejorado las arcas públicas a costa de aumentar el número de parados y dependientes de los subsidios.

Rebajar salarios al funcionariado, en cambio, sí ayudaría a pagar subsidios, desde luego. Pero los teóricos de la economía moderna, que creen en el incentivo económico, objetarían que volvería el trabajo del funcionario poco atractivo y poco motivador (mala cosa para un Estado fuerte y una patria firme: que los funcionarios ganen lo bastante poco como para fomentar la aparición de sobornos), además de que surgiría un descenso en el consumo, como sucede cuando la población pierde poder adquisitivo. ¿Y cuánto tiempo podríamos aguantar el pago de ayudas sociales con esos recortes, puesto que también los funcionarios pagan impuestos directos con su salario?

Funcionarios
Las hordas de la burocracia

Puede que la solución pasara por alentar a las gentes y a sus familias a tirar del crédito, ya sea por préstamo o por tarjeta. Pero con el empleo estancado eso acabaría metiéndolos en aún más pesares, pues se cerniría sobre ellos la amenaza del impago.

Finalmente, el gobierno podría intentar que cada parado se volviese emprendedor e inventara así su propio trabajo. Pero se corre el riesgo de que en la mayoría de los casos los negocios fracasasen, lo que dejaría al emprendedor sin margen alguno, cuando no directamente endeudado.

Y hasta aquí solo hemos hablado de pensiones y subsidios. Pero, ¿y la sanidad? ¿Y la educación? ¿Y las fuerzas armadas? ¿Y el resto de gastos por completo necesarios para cualquier Estado próspero que se precie?

En consecuencia, si un país no crea trabajo bien remunerado para sus ciudadanos, parece abocado más bien a una futura y perpetua ruina, por mucho que la economía cumpla escrupulosamente con sus propios principios.

 

El gran desajuste

Pues bien: obsérvese que todos los desajustes provienen del hecho de que sobra gente en relación con el empleo. Como es lógico, si gente y empleo cuadrasen, nos encontraríamos ante un verdadero edén económico y todas las teorías funcionarían sin tacha. Por desgracia, nos encontramos con que sobra gente para que una empresa pueda funcionar; sobra gente en su casa cuando no puede pagar la hipoteca; sobran pensionistas para que las cuentas cuadren; sobran titulados universitarios; sobran cargos públicos y funcionarios; y sobra, en fin, toda gente que no podrá salir adelante si no es con ayudas sociales.

Pero llegamos a estos conflictos porque somos ciudadanos responsables, porque creemos en nuestro Estado y en nuestra patria, y nos duele ver cómo nuestros semejantes se empobrecen. Estamos intentando mantener las ayudas sociales a toda costa para que la población no se quede desamparada: pero vemos que toda posible solución nos lleva a callejones sin salida.
Hay, evidentemente, otras formas de arreglar la crisis causada por el exceso de gente. Si no nos importan tanto ni la gente sus condiciones de vida, se nos abren tres posibilidades.

 

Las tres opciones

Opción A (realismo y adaptación): Se pueden imponer recortes de diversa índole en todos los niveles de lo público; de modo que, aunque la sanidad, la educación, la justicia y las fuerzas de seguridad no luzcan como antes, sigan funcionando más o menos debidamente (con cuidado, como dije arriba, de bajar demasiado aquí los sueldos: si el poli o el juez llegan justo a fin de mes, pronto aparecerán los sobornos). Y las pensiones, los subsidios o las ayudas se pueden rebajar en un porcentaje considerable. Esto compensaría la falta de ingresos que se habrán perdido por una menor recaudación.

También se puede evitar la quiebra de las empresas abaratando el despido, reduciendo los salarios, aumentando la jornada laboral de los indefinidos, bajando la jornada laboral de los nuevos empleados o fomentando la contratación temporal.  Todo esto permitiría competir en mercados más “agresivos” (como dicen algunos) porque se abarataría la producción.

Pero nada podría garantizar que el país saliera a flote; la desigualdad social seguramente crecería, se perdería poder adquisitivo (lo que afectaría al consumo interno), aquellos en situación más vulnerable quedarían más desprotegidos y la prosperidad social y material se vería muy afectada. Habríamos salvado las pensiones y los subsidios, pero a costa de empobrecer a toda la población.

“¡Qué capitalismo más extraño: produce lo mismo que, según dicen, produce el comunismo!”, podrían exclamar algunos. Salvar la productividad para convertirse en Venezuela no se antoja como la senda más deseable, en verdad.

Grecia

 

Opción B (la vía liberal dura): Se puede partir del hecho de que las leyes económicas están ahí para cumplirse. No se trata de salvar a la gente, pues no es esa la tarea de Papá Estado, sino de que la gente asuma su responsabilidad. A partir de este presupuesto, la miseria de las poblaciones no debería preocuparle a nadie decente, con tal de que la economía se pueda salvar. En realidad, si un país fracasa, y más aún si este país se considera democrático, los males económicos tendrán su causa en los propios ciudadanos. Ya sea porque se comportaron como no debían (pidiendo hipotecas imposibles de pagar, por ejemplo) o porque votaron a gobiernos nefastos (una equivocación fatal), o porque la corrupción los corroe en todos los niveles. Ante esos dislates colectivos, nada se puede hacer.

La economía ya no se nos aparece aquí como una ciencia de la distribución efectiva o del reparto racional de bienes escasos, sino como el padre castigador que le impone al hijo díscolo el justo castigo por su transgresión. En este momento, la perspectiva con que contemplar los problemas sociales gira 180º. Países enteros pueden sumirse en la miseria, la pobreza y la desigualdad sin que nadie se rasgue las vestiduras ni merezca la pena sentir, si acaso, más que una leve compasión. La economía, en estos casos, toma el papel de la Realidad, como la gravedad, cayendo sobre las gentes con toda su fuerza. El manual de instrucciones se simplifica considerablemente:

¿Te quedas en paro? Es lo que hay.

¿Te desahucian? No haber pedido esa hipoteca.

¿Te rebajan el salario a la mitad? Peor están otros, no te quejes.

¿Tienes que emigrar? Así es la vida.

¿Tu Estado arrastra una deuda que van a seguir pagando tus nietos? Haber votado otra cosa; igual el problema lo tiene la democracia, vete a saber.

¿Te quedas sin ayudas sociales? Busca trabajo, vago.

¿No hay trabajo para ti? Pues emprende, no te lo van a dar todo hecho.

¿No encuentras salidas sin titulación? Haber estudiado un grado superior.

¿No encuentras salidas para tu titulación? Haber estudiado otra cosa.

El proceso resulta interminable porque siempre es posible, argumental y ontológicamente, culpar a cualquiera de no haber escogido lo correcto. De ahí el atractivo que ejerce este camino para quienes quieren aplanar las contradicciones como quien conduce una apisonadora sobre un campo de margaritas: no hace falta pensar mucho.

Para ello, se emplean dos falacias: primero, se confunde al individuo con la masa; segundo, se propaga la idea de que las elecciones correctas (esfuerzo, ganas, actitud, competitividad; en fin, lo que te vende un coach) te pueden salvar a ti. La primera falacia la refuta David Graeber en su libro “Trabajos de mierda”: un hombre que pierde su casa de repente es un hombre irresponsable y habrá una razón individual para ello; un millón de hombres que pierden su casa de repente son un problema social y habrá razones sociales para ello. La segunda se refuta sola, pues no hay vida individual que no esté entretejida completamente con lo social ni radicalmente motivada por la visión de los otros (incluso los liberales más individualistas hacen simposios y charlas en que no hacen más que repetirse los unos a los otros todos los credos que comparten colectivamente como quien profesa una fe). Ningún ser humano se salva nunca individualmente.

Friedman 1

De lo que se trata, a fin de cuentas, es de salvar el sistema, la lógica económica, aun a costa de condenar con ello a toda la población  (nunca he logrado que un liberal duro me explique abiertamente qué hacer con los perdedores o con los fracasados, que tienen la mala costumbre de querer seguir viviendo incluso sin ingresos y en la calle). La lógica económica es impecable, pero pecan las poblaciones de los países al no saber adaptarse a ella.

Lo cual no dejará de asombrar al lector avispado: ¿Qué países sí logran el éxito con este tipo de economías? Se me responderá: Alemania, Inglaterra, Francia, Singapur, Dinamarca, Holanda, Suecia, Finlandia, Japón, Australia, Canadá…

Bien. Pero, ¿qué sucede con la práctica totalidad de Hispanoamérica? ¿O África? ¿Y países que no parecen “hacer los deberes”, como los vagos europeos del sur –España, Italia, Portugal, Chipre, Grecia– o algunos árabes que dependen del petróleo y poco más?

Podría pensarse que un sistema económico que solo generase verdadera prosperidad en, pongamos, el 30% de los países del planeta, sobre todo a los situados en Europa y en ciertas zonas de Asia, mientras causa el caos en el 70% restante, lo mismo no resulta ni tan universal ni tan razonable como pudiera pensarse. Lo mismo cabría considerarlo efecto de una carambola histórica, que por azares del destino ha logrado imponerse, tal vez incluso por la fuerza, y que para poblaciones como las caribeñas o las mediterráneas, por ejemplo, más dadas al asueto a causa de su clima, lo lógico consistiría en seguir otras lógicas económicas para satisfacer los recursos escasos. Quién sabe.

O bien, siguiendo la estela de las culpas poblacionales, consiste en pensar que hay gentes que se lo merecen y gentes que no; que ciertos países, por su propia condición, no van a ser jamás lo bastante responsables. Que hay países malos y países buenos. Que hay millones de personas para las que no existe redención.

Pero hay entonces un pequeño paso, muy chiquitito, entre considerar, por ejemplo, que los griegos se equivocaron al endeudarse y querer vivir por encima de sus posibilidades… y pensar que los griegos son un hatajo de bribones que quería vivir al papo y a la sopa boba a costa de los demás… en ese caso…

 

Opción c (totalitarismo): esta última alternativa consiste directamente en deshacerse de la población sobrante. Se parte habitualmente de la opción B, pues se da primacía a las necesidades económicas (esto explica, a mi juicio, que algunos liberales, de golpe y porrazo, parezcan enloquecer y acepten ideas muy fachas de golpe, para pasmo del personal: en realidad están llevando la lógica del castigo a sus máximas consecuencias), pero se actúa de modo declarado contra aquellos que constituyen un cáncer para el país.

La extrema derecha tiende, por ejemplo, a culpar a los inmigrantes (solo si son pobres, como es lógico: se trata todo el rato de un asunto económico), aunque a veces se haya entretenido exterminando y saqueando a razas enteras, como hicieron los nazis con los judíos. Desde el comunismo soviético, Stalin optó por matar de hambre a millones con su “Holodomor”. El enemigo de la prosperidad de las naciones es entonces el mal ciudadano, que debe ser castigado a causa del peligro –económico, pero también político– que representa para el bien de todos los demás.

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En ocasiones, el destino ha dado los medios para deshacerse de población activa y solucionar felizmente problemas graves de desempleo y prosperidad. Por ejemplo: suele pasarse por alto que en el siglo XX se llevó a cabo el mayor ERE de la historia del hombre: la Segunda Guerra Mundial acabó con la vida de al menos 60 millones de personas, la mayoría hombres jóvenes en edad de trabajar. Además, la guerra dejó tras de sí una destrucción estupenda, que fomentó mucho el empleo en Europa desde el momento en que se hizo necesario reconstruir. También la peste negra del siglo XIV ayudó lo suyo en lo tocante a la prosperidad económica y a los derechos laborales.

 

Conclusiones

Estas tres opciones rara vez se dan puras; tampoco el primer planteamiento, que nos sirvió como punto de partida, aquel en que solo se busca el bienestar general, sucede aislado. En un mismo Estado pueden coincidir grupos muy diversos en cuanto a la opinión sobre qué hacer con la gente que no produce; qué hacer con los dependientes; qué hacer con los derrotados; qué hacer con los pobres o con quienes están en riesgo de volverse pobres.

Sin embargo, al final el mundo en que vivimos contradice las definiciones habituales que los melosos libros de economía exponen de la ciencia económica con tanto humanismo: lo cierto es que a estas alturas es el ser humano quien le estorba a los mercados y no al revés. El caso es que son las poblaciones las que deben adaptarse a la economía (erigida ya en deidad, en un todo metafísico) y no al revés.

Y el caso, ¡en fin!, es que la crisis económica que se avecina con el coronavirus va a dejar secuelas tan graves como las de una guerra, pero con muchísimos menos muertos y sin necesidad ninguna de reconstruir nada.

Pollitos

Por mera lógica, ya les adelanto que vamos a sobrar muchísimos, aquí y en otros países, que el pensamiento económico dominante aplicará la opción A desde una perspectiva moral sustentada en la opción B, y que la opción C siempre estará al acecho en cuanto alguien muy patriota o con mucha fe en el futuro se lance a la acción para evitar un desastre nacional.

De lo que no parece que vaya a librarnos nadie, de momento, es de las contradicciones de una visión del mundo esquizofrénica, en la cual los seres humanos son el principal impedimento para que un sistema económico absolutamente perfecto funcione por los siglos de los siglos sin el mínimo tropiezo. Un sistema así, qué duda cabe, puede considerarse tal vez legítimo. Pero contradice nuestros principios éticos y hasta legales, del mismo modo que la definición teórica de la ciencia económica contradice el modo en que esta despliega en la práctica su acción.

Por ello, pongan siempre en duda toda teoría económico-política que parta de la aparente perfección de su sistema para culpar a las masas de sus obvios fracasos.  Detrás de ella se esconde un Absoluto, una Fe, otro Dios al que sacrificar las vidas de millones de personas. Que no les intenten convencer de que no hay más caminos, de que algo es «necesario», o de que se trata de la opción más piadosa o más útil.

La economía actual hace ya muchos años que se ha desprendido del humanismo, y proclama sin ambages que los humanos le son un estorbo para sus planes de futuro. Rechazar de plano esa visión constituye un buen punto de partida.

 

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Nota 1: Distingo, desde hace tiempo, entre dos tipos de liberalismo; El político y social, que fundamenta nuestra actual visión del mundo y comprende y abarca todo los derechos, libertades y pensamientos sobre el progreso; y el económico, que antepone los mercados a las necesidades sociales, siendo las necesidades del mercado las que deben ser satisfechas por aquellas. Sostengo que el liberalismo económico, llevado a su extremo, acaba derruyendo a la larga todo liberalismo político y social. Cuando en el presente artículo he usado la palabra “liberal”, me refería al económico.

Nota 2: He evitado hablar de la deuda o de la emisión de moneda como modo de solventar una crisis. Se trata de un tema demasiado amplio. Baste con constatar que los liberales no son –por lo general- partidarios ni de lo uno ni de lo otro.

Nota 3: A quien me pida alternativas le diré que no tengo; y que, si las tuviera, me las callaría. Me conformo con constatar las contradicciones y la inhumana adoración de ciertas perversas lógicas académicas.

Nota 4: No creo que falte el listillo que, no pasando del titular, diga que en el planeta tierra sí que sobran seres humanos. No seré yo quien lo contradiga, pero cabe recordar que aquí estoy hablando de las contradicciones entre la teoría económica y la prosperidad del estado-nación, no del número total de seres humanos.

 

 

 

2 opiniones en “Pues aquí sobra gente (sobre economías y virus)”

  1. Buenos días:

    Si es posible, me gustaría comentar algunos aspectos acerca de esta entrada, preferiblemente a través de correo electrónico u otro medio. Reconozco que me ha gustado mucho el texto; por desgracia, ya que preferiría pensar que lo expuesto es un disparate sin fundamento, si bien para ello este mundo tendría que ser otro mundo. Desarrollas de manera extensa ideas que, en bruto por así decirlo, me rondan desde hace tiempo.

    Muchas gracias. Un cordial saludo.

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