Crítica al pensamiento crítico

 

A don Amancio Ortega, que tanto se preocupa por la educación. 

 

I

Alegra que cada vez más gente parezca apercibirse de la estafa ideológica colosal que se esconde bajo el ropaje de las –supuestas– innovaciones educativas. Claro que podría ser al revés: igual yo me estoy aproximando a círculos más escépticos mientras la pasión por ellas aumenta. No lo descarto.

No obstante, hay un concepto que parece inasequible a la crítica, que suena todavía limpio y hasta bueno a oídos de casi cualquiera y que se libra de la lamentable connotación que (con toda justicia, dicho sea de paso) para muchos sí han adquirido otros términos horripilantes como creatividad, competencias, formación continua y demás palabrejos todavía en castellano. Me refiero al “pensamiento crítico”.

Se nos dice que hay que educar a los niños en el “pensamiento crítico” para que no se conviertan en gente sin cabeza que repite como un loro lo que le dicen.

II

De primeras suena estupendo, ¿verdad? Los liberales no son tontos y saben muy bien cómo vender su mercancía. Uno escucha “pensamiento crítico” y se imagina a niños rebeldes, penetrantes, astutos, que no se callan ante lo que les parece injusto o absurdo. Empezando por las aulas. En el imaginario colectivo ha prendido con fuerza la figura del profesor frustrado, autoritario e incompetente, que disfraza con soberbia su ignorancia y al que se hace necesario cuestionar.

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Sin duda que hubo y habrá muchos profesores así, pero emplear una imagen negativa para atizar a todos en conjunto no contribuye a una mejora de la profesión. Sin embargo, los niños educados en el pensamiento crítico, nos aseguran, trascienden incluso el ámbito escolar: en esta vida se necesita gente que no se muerda la lengua, que exprese verdades incómodas, que no asuma como inmediatas las verdades del sistema, que se queje y que critique sin importarle las consecuencias.

De algún modo, la educación que potencie el pensamiento crítico formará mejores ciudadanos (más inteligentes) y potenciará la libertad de los individuos.

 

III

Por desgracia, la noción de “pensamiento crítico” se me antoja vergonzosamente vacía, y a poco que hurguemos en ella debería deshacérsenos entre los dedos como se deshace un tropezón de sal.

Observen lo siguiente:

a) El pensamiento, crítico o no, ha de dirigirse contra algo determinado (obvio).

b) Cualquiera puede lanzarse a criticar lo que sea. Tan solo se requiere una buena dosis de atrevimiento. La soberbia también critica. La ignorancia también critica.

c) Un sujeto no posee más libertad intelectual por el hecho de criticar lo que se le antoje. En todo caso, la libertad de “criticar lo que uno quiera” es un derecho civil innato, no un logro adquirido a través del sistema educativo.

d) La crítica se realiza tanto mejor cuanto más profundamente se conoce el objeto que se critica. Carece de sentido criticar algo en lo que apenas se ha indagado.

e) Hay distintos tipos de crítica. Hay procedimientos más nobles que otros para ejercerla. Hay maneras de argumentar mucho más certeras que otras. Y están todas, a estas alturas, muy estudiadas.

f) Si nos ceñimos solo a lo educativo, no se puede enseñar a la vez una materia (sobre todo, como es más que evidente, las que se imparten en la educación obligatoria o preuniversitaria, lo bastante básicas como para que se limiten a fundamentar un conocimiento superior más profundo, sólido y, en última instancia, quizá ocasionalmente cuestionable en niveles mucho más densos) mientras se la critica en bloque o se admite que los alumnos la critiquen en sí misma. Por la sencilla razón de que primero hace falta aprenderla.

g) Que alguien critique algo no presupone que ese alguien lleve siquiera una pizca de razón.

h) Si acentuamos la valía del sujeto que critica –ensalzando la crítica como un acto personal loable en sí mismo–, situamos en un segundo plano el contenido concreto de la crítica: ¿hay, podría pensarse, asuntos más criticables que otros, o lo son todos por igual?

Y quien dice, en estos casos, crítica, quiere decir también argumentos.

Porque –todos estarán de acuerdo conmigo–, crítica y argumentación no se pueden concebir por separado.

 

IV

Si parece que exagero al precaverme tanto contra estos desastres críticos, les ruego piensen en el pasmo que un buen amigo profesor me transmitió al poco de haber preparado a sus alumnos para las famosas pruebas PISA: resulta que, en un ejercicio, debían exponer la propia opinión frente a dos opiniones enfrentadas en un texto.

Y no importaba la opinión que eligiera defender el alumno, ni siquiera que desechara ambas opiniones, siempre y cuando sus argumentos y críticas tuvieran lógica interna. Mi amigo el profesor se preguntaba cómo podía enseñar a sus alumnos a defender argumentos en el vacío. ¿Con qué autoridad se corrige algo para lo cual no hay una respuesta, sino solo una actitud crítica valorada como buena en sí misma, al margen de lo que defienda?

¿Admitiremos una brillante apología del Holocausto nazi (si se me permite la hipérbole) solo porque el alumno argumente de fábula? ¿Es deseable que se enseñe a criticar a quienes creen en la justicia como un modo de evitar las venganzas personales?

De toda la vida, esto se ha llamado relativismo o sofística. Dos tipos de discurrir contra los cuales el pensamiento racional filosófico ha arremetido sistemáticamente a lo largo de la historia, por entender que socavaban las bases de cualquier pensamiento sólido que se atuviese a las normas de la razón.

Mi amigo decía, con razón, que si todas las respuestas eran válidas, el alumno no solo se veía obligado a argumentar en el vacío; es que perdía la seguridad en que hubiese algo semejante a la verdad. Perdía, por tanto, también seguridad en su propio juicio. Y, lo que es más grave, a la larga podría pensar incluso que todo vale.

 

IV

Si no queremos, por lo tanto, que el “pensamiento crítico” consista en una crítica vacía, asistemática e insolente que se columpie sobre el abismo de la nada más relativa, sino que se asiente con pies de hierro en la conciencia del alumnado y se ejerza con rigor, deberíamos limitarlo o centrarlo así:

1) Deberá ejercerse de manera rigurosa, sistemática y honesta.

2) Deberá separar, en lo posible, al sujeto del objeto. Para ello, el alumno será consciente de que su opinión solo es válida en la medida en que no responda a espurios intereses personales, sino que trate de expresar una verdad válida para todos.

3) Requerirá de cierta madurez por parte del alumno. Una crítica, para poder ejercerse, ha de basarse en razones lógicas poderosamente argumentadas.

4) En consecuencia, habrá que ejercitar a los alumnos previamente en el manejo de las estructuras del conocimiento más fundamentadas e incuestionables, para que así estos adquieran, mediante analogía, la conciencia de cómo se segmenta el saber. Le serán de especial utilidad las lógicas formales, como las matemáticas; y algunas partes muy ordenadas de la gramática y de la sintaxis.

5) Habrá que ayudarle a evitar los argumentos ad hominem, muy perniciosos para cualquier tipo de discusión.

6) Aunque parezca de importancia secundaria, el alumno deberá evitar los juicios fundamentados tan solo en su propia época; es decir, que adquirirá el saber suficiente para situarse en el pasado, o conocer los saberes pasados, entender a los seres humanos en su contexto concreto y pensar desde ahí. De lo contrario, corre el riesgo de anclarse en los puntos ciegos, en los prejuicios, de su propio contexto histórico.

 

V

Incluso habiéndome dejado sin duda otras cuantas necesidades más para ejercer con arte el pensamiento crítico, seguro que algunos lectores se han llevado las manos a la cabeza, o tenido sudores fríos, mientras rumiaban cuán complicado sería introducir tanta cantidad de principios tan abstractos y complejos en la educación.

Y sin embargo no he hecho más que describir lo que sucedía –en cuanto a conocimientos– en la educación tradicional. Esa que, pongamos, aguantó con considerable éxito hasta principios de los años 90. Esa educación que suministraba al alumnado datos y hechos probados de matemáticas, filosofía, química, física, lengua y demás materias perfectamente dispuestas de por sí (incluso, ojo, al margen del profesor de turno, cuya actitud personal no podía hundir jamás del todo el contenido objetivo que impartía) para que cualquiera que se las aprendiese no solo interiorizase una información relevante sobre el mundo, sino que adquiriese inconscientemente la inercia de la inducción.

Si a eso le añadimos una base fuerte de historia, tendremos lo que deseábamos obtener: la oportunidad, para cualquier alumno que de verdad lo busque, de convertirse en una persona culta, rigurosa y distante para con el saber. Alguien maduro capaz de ejercer la crítica con cabeza y serenidad.

Eso es lo que, desde siempre, se ha llamado pensamiento analítico. Método científico. Inducción. Como ustedes quieran. Organizado y racional, en resumen.

Disponible para siempre y de validez universal.

Algo que se sustentaba en la interiorización de unos conocimientos previos sólidos, en el respeto por el saber en sí mismo, en la lectura de textos de toda índole, en la razón y el orden.

Si una persona sacaba el máximo provecho de la educación, se convertía en alguien con criterio, con base, con las características esenciales para poder absorber de ahí en adelante la cultura y el pensamiento que fueran necesario. En una palabra: se había convertido en un ciudadano verdaderamente crítico, con juicio propio.

Biblioteca

VI

Cierto que no pasaba siempre; pero ahora compárenlo con el grueso del discurso que sostiene el pensamiento crítico. Se pide que se eduque a los niños para cuestionar las cosas. Eso suena, como vimos al principio, fenomenal. Pero no se les puede enseñar a criticar por criticar. Menos aún a criticar sin conocimientos sólidos de nada. Menos todavía a criticar sin ningún método ni rigor. Y menos aún se les puede exigir que critiquen y piensen por sí mismos durante el período en que deberían aprender las normas del pensamiento ilustrado racional, para -¡precisamente!- poder criticar y pensar por sí mismos.

Además, ¿para qué reinventar la rueda? ¿Qué necesidad había? ¿Alguien sabe cómo crear ciudadanos críticos brillantes si cada vez le aligeran más los conocimientos? ¿Cómo se puede educar a alguien para que piense críticamente si se le sustrae todo lo demás, método, contenido y distancia? ¿No se fabrican así en masa pequeños idiotas sin criterio, ni juicio, ni prudencia, que patalean por todo y se creen dueños de cualquier verdad dentro de su caótico relativismo? Es decir: dóciles alienados.

Si alguien piensa que exagero, que eche un vistazo a las reformas educativas de los últimos años: menos contenido en las materias impartidas; conversión de la Filosofía en optativa; aumento de asignaturas no científicas, como Empresa, Informática o Economía; imposición del bilingüismo en otras como Historia o Biología (les aseguro que es muy difícil interiorizar la historia o comprender la vida si uno está luchando con una lengua extranjera para enterarse de algo), etcétera…

Y, si antes ya era difícil, a pesar de las facilidades intrínsecas, que un alumno se convirtiera en alguien brillante (profesores malos o agotados, circunstancias sociales difíciles, dispersión adolescente… todos los obstáculos que a menudo obstaculizan la vida académica de un chaval), ¿qué va a ser ahora de aquellos que no solo no aprendan ya casi nada, sino que se queden con la parte más arbitraria y fósil del “pensamiento crítico”? ¿Qué les va a quedar de la escuela a los malos estudiantes?

¿Y bajo qué criterios de corrección, en absoluto objetivos, se evalúa si un chaval tiene espíritu crítico o no? ¿Es siquiera ético dejar la evaluación de los infantes a las más arbitrarias y dudosas consideraciones metafísicas? ¿Dónde está el sofista que juzga al sofista? ¿No implica que los malos profesores puedan destruirlo todo? ¿Y quién evalúa a un mal profesor, si no hay contenidos concretos que transmitir, y por lo tanto no se puede objetivar el celo con el que se ha enseñado a criticar?

 

VII

En definitiva: eso del pensamiento crítico nos encanta a todos, sí.

Pero no usemos nombres que encubren una gran nada ideológica lanzada, en el fondo, contra la educación ilustrada.

¿Quieren ustedes unos hijos con verdadero pensamiento crítico?

Pues pidan que les impartan conocimientos sólidos y analíticos. Pidan mucho contenido y muchas lecturas. Exijan que los profesores estén descansados y contentos (como querrían que estuviese un cirujano que va a operarles del corazón). Reclamen asignaturas profundas y científicas, o al menos que respondan a una utilidad universal, no anclada en los pasajeros intereses del presente. Y demanden que les enseñen las asignaturas en su lengua materna. Si deben aprender todos inglés, que aumenten las horas lectivas de la asignatura o que subvencionen academias y viajes al extranjero.

Y, sobre todo, digan que el «pensamiento crítico» ya está inventado y que se llama racionalidad, objetivismo, método científico e Ilustración (y que es, por cierto, lo que están sacando de los colegios por todos los medios a través de las innovaciones y las nuevas leyes educativas).

Pero no se dejen seducir por las palabras hermosas, que casi siempre esconden detrás algún veneno.

 

P.D 1: No se me escapa que la diferencia práctica entre el pensamiento crítico y el pensamiento analítico consiste, precisamente, en que una crítica sin cabeza no resulta un peligro para los intereses de ciertos interesados. Pero el pensamiento analítico, imprevisible de por sí, constituye siempre una amenaza para cualquier mentira ideológica que quiera imponerse. Por algo hay quienes prefieren -e imponen- lo primero. 

P.D 2: Algo me dice -llámenme suspicaz o loco- que esto de quitar conocimientos de los planes educativos y reemplazarlos por actitudes críticas le quitará más opciones académicas a los alumnos de menos recursos que a los pudientes. Segregación, ya ven. 

P.D 3: Durante el artículo he omitido deliberadamente casi cualquier alusión a las condiciones en las cuales el profesorado ejerce su trabajo, porque para qué. Hoy se trataba de hablar del contenido y del método, no del cómo ni de quiénes. Daría para mucho más que una entrada en este blog. 

 

 

Un comentario en “Crítica al pensamiento crítico”

  1. no se.., para mi Pensamiento Crítico va más sobre pensar «Por qué» se hacen «Que» cosas o «como» se hacen. Normalmente se piensa en orden inverso «Que» -> «Como» -> «Por qué» (este último paso es muy opcional en el caso de aborregamiento total). Desde luego no se trata de «criticar»….

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